EL PROFETA DEL ISLAM
SU VIDA Y OBRA
“El paraíso se encuentra bajo el pie de vuestras madres”. En estos términos como Muhammad quiso elevar la posición de la mujer; él ordenó el respeto de la que nos dio a luz, y nos educó después de habernos llevado en su seno. Otra expresión atribuida al Profeta recomienda a la comunidad de los fieles la “fe hacia las ancianas” (imam al ‘ayâ’iz). El Corán está también lleno de iguales comentarios que dan a la mujer una personalidad independiente y respetada.
Antes del
Islam, se enterraba a veces en Arabia a las hijas vivas. No nos asombremos si
las mujeres participaron en la revuelta contra este paganismo. Conviene señalar
aquí algunos hechos concernientes a su papel en el comienzo del Islam.
Hemos visto
ya en qué circunstancias Jadîÿa conoció a Muhammad antes de desposarse con él.
A las esposas del Profeta se les llama en el Islam “Madres de los
creyentes”, y todas merecen este título, sobre todo Jadîÿa. No sólo fue una
agradable compañera para su marido, sino que además rindió importantes
servicios a la causa del Islam. Sin ella quizás Muhammad hubiera desaparecido,
como muchos otros profetas antes que él, sin lograr el éxito apetecido.
Jadîÿa era
rica; de su natural, y también bajo la influencia de su esposo, dedicaba sus
bienes en ayudas a los pobres desde antes del Islam. La reputación y el respeto
adquirido así no podía dejar de ayudar a la causa islámica, a la que apoyaba
con todas sus fuerzas. Sin duda fue la primera en reconocer como verdadero todo
lo que le acontecía a su marido, concerniente a la visión del ángel y a la
llamada divina para guiar a su pueblo. Fue ella quien clamó, como hemos visto
antes, la agitación de Muhammad cuando las primeras revelaciones. La inclinación
hacia el Islam de su primo cristiano Waraqa, fue también debida a los
esfuerzos de Jadîÿa. Los biógrafos saben que la conversión de ‘Addâs, otro
cristiano de Meca, tuvo como origen la persuasión de Jadîÿa. Ella no se mantuvo
al margen de predicar la reforma en su propia casa, entre los esclavos, hombres
y mujeres. Cuando el boicot, fueron los primos de Jadîÿa quienes aprovisionaban
a los sitiados con grandes riesgos personales.
Según Ibn al-Kabbi, ella fue la primera mujer en Meca después de Jadiya, en abrazar el Islam. Es más conocida bajo el nombre de Umm al-Fadl. Se desposó con ‘Abbâs, tío personal del profeta. Aunque amigo íntimo y protector de su sobrino, ‘Abbâs no abrazó el Islam hasta muchos años después. La buena disposición de su espíritu con respecto al Profeta fue debido quizás a su esposa, Umm al-Fadl, a quien amaba mucho. No olvidemos que ella arrastró al islam a su propio hijo, Abdallah ibn ‘Abbas (Bukhari, 23/80/3). Provenía de una familia muy influyente, y más tarde el Profeta se desposó con su hermana Maimûna bint al-Hârith.
Ibn Habîb nos enseña que esta mujer hizo abrazar el Islam a “gran número” de mujeres de Meca. Era de origen beduino, y se había establecido en Meca. Sus esfuerzos tan eran intensos que los mequíes no tardaron mucho tiempo en percatarse del peligro que constituía siendo mujer, no podían maltratarla personalmente. Se contentaron pues con expulsarla confiándola a una caravana que pasaba. Los caravaneros fueron duros con ella: la ataron a la espalda de un camello, y no le daban ni de comer ni de beber; al llegar a un paraje de descanso la dejaban a pleno sol, siempre atada. Ella misma nos dice que: “después de tres días y tres noches, perdido el conocimiento, y medio muerta de inanición y de fatiga. No tuvieron piedad de mí. De repente sentía algo en mi cara. Me llevé la mano y encontré agua. Bebí de ella hasta quedar satisfecha, y echándome incluso en la cara y en el cuerpo. Por la mañana me encontraba restablecida, los caravaneros se sintieron inquietos. Pero me encontraba atada por cuerdas y los demás de la caravana lejos de mí y encerrados. Me interrogaron, y les conté la verdad. No teniendo razones para dudar de mi relato se arrepintieron enseguida, y abrazaron el Islam. Tenía tal afecto por el Profeta que, más tarde, se trasladó a Medina y se ofreció a él para servirle como esclava concubina. El Profeta agradeció su ofrecimiento, pero declinó su solicitud.
Umm
Charîk
Ibn al-Ahhir nos cuenta que esta mujer supo entender el Islam entre un gran número de mequíes, cumpliendo esta tarea en el más estricto secreto. Siendo de la tribu yemení de Dans, nos preguntamos si Umm Charîk ¿no será la misma persona que Ghuzaiyah, antes mencionada?
Fatima
bint al-Khattâb
Era hermana de ‘Umar, a la que ya hemos visto como terminó por convertir a ‘Umar. Parece haber sido una de esas razas mequíes preislámicas que sabían leer.
Era pariente de ‘Umar; se ignora la fecha exacta de su conversión. Más tarde El Profeta la empleó para enseñar a una de sus esposas el arte de la escritura. Sin duda ella también rindió importantes servicios a la propagación del Islam.
Ibn Hajar nos cuenta que esta dama convirtió a ‘Uthmân al Islam.
Probablemente era su tía. La riqueza de ‘Uthmân rindió inmensos servicios
al Islam en vida del profeta.
Estas dos mequíes habían dejado su patria, acompañando a sus maridos, para refugiarse en el extranjero, en Abisinia. Los dos maridos se convirtieron allí al cristianismo, pero ellas resistieron la tentación, a pesar de la presión de sus maridos. Poco después Sauda volvió a Meca, y Muhammad se puso tan contento de su comportamiento que la desposó. Más tarde aún, Umm Habiba volvió de Abisinia, pero en vez de ir con sus padres, Abû Sufyân, se dirigió a Medina para convertirse en esposa del Profeta.
Entre las numerosas víctimas de Abû Yahl, podemos señalar a Sumaiya, madre de ‘Ammâr ibn Yâsir. Un día cargado de incidencias, Abû Yahl la mató con su lanza por lo que es considerada como la primera mujer mártir. Zinnîra y Subaina fueron dos esclavas de la familia de ‘Umar; antes de su conversión, éste les pegaba sin cesar. Un día que les estaba pegando como de costumbre, se paró, pero sólo para decirlo es: “No creáis que tengo piedad de vosotras; nada más lejos; lo que ocurre es que estoy cansado de pegaros, pero apenas haya descansado, os seguiré castigando de nuevo, ya que vosotras rechazáis abjurar de esta nueva religión”. A pesar de todos estos sufrimientos, se mantuvieron firmes en sus convicciones.