EL PROFETA DEL ISLAM
SU VIDA Y OBRA
La
batalla de Badr
La rica presa de la caravana que comportaba un millar de camellos
cargados de mercancías, se le había escapado, pero el Profeta no volvió a
Medina enseguida. Sin duda quería establecer nuevas alianza con las tribus de
la región. Diez días más tarde, se conoce la noticia de la llegada del ejército
mequí. El Profeta decidió ir a su encuentro, aunque el enemigo fuera tres
veces más numeroso que ellos. Sin entrar aquí en el aspecto militar de la
batalla, en la cual demostró su sentido de la estrategia y de la táctica,
basta con decir que el enemigo sufrió una dura derrota, perdiendo 70 muertos y
otros tantos prisioneros, mientras que los musulmanes no perdieron más que 14
de los suyos. Algunos hechos a señalar: El contingente entero de la tribu
Zuhrah abandonaron a sus conciudadanos mequíes cuando estos últimos se
decidieron por la guerra; recordemos que la madre del Profeta pertenecía a esta
familia; pero los historiadores atribuyen este hecho a la influencia del
pacifista Al- Ajnas ibn Chariq. No se aprecia ni un solo miembro de la tribu
‘Adi en el ejército mequi; en esto, hay que ver la influencia personal de su
pariente ‘Umar (musulmán). Y por último: el portaestandarte del Profeta era
el ‘Abdarí Mus’ab ibn ‘Umair; Había sido su familia quien había tenido
el cargo hereditario, en Meca, de llevar la bandera; y durante la batalla el
Profeta lo había escogido diciéndolo: Nosotros debemos hacer, ahora más todavía
que no lo hacen los paganos de meca, reconocer los derechos de esta familia. En
ese instante, Muhammad pidió a ‘Umar, embajador hereditario
en la oligarquía mequí, que llevara un mensaje de paz ante los coraichíes;
pero ellos prefirieron la guerra; se apresuraron a enviar un embajador espía
ante Muhammad, con un mensaje. El Profeta encargará a ‘Umar de nuevo, a
Hudaibiya, en el año 6 H., de ir a Meca para llevar su mensaje ante los coraichíes,
y solamente por el rechazo de este por razones personales, que el Profeta
consideraba su propio Estado de Medina, como el verdadero Estado de Meca, Estado
en el exilio, Estado provisionalmente en Medina hasta que de hecho pudiera
trasladarse a Meca. El Corán mismo parece sancionar esta hipótesis cuando
critica a los paganos de Meca y dice: “Más ¿qué excusa tienen ahora para
que Allah no los castigue, si impiden a los hombres la entrada en la Sagrada
Mezquita y no son sus verdaderos guardianes?. Sus verdaderos guardianes son únicamente
los justos.
A
partir de esta guerra, el Corán nos hablará más de una vez (3: 124-6,8: 9,9:
26,33 :9) de la participación de ángeles en los combates
al lado de los musulmanes. El primero de estos pasajes es típico y habla
precisamente del encuentro de Badr: traduzcámoslo íntegramente para sacar
conclusiones:
Cuando dijisteis a los creyentes: ¿No será suficiente para nosotros con que
vuestro Señor os ayude con tres mil ángeles enviados desde lo alto?. Cierto si
sois perseverantes y piadosos y ellos os atacan inmediatamente por sorpresa,
vuestro Señor os ayudará con cinco mil ángeles, atacando valientemente. Y
Allah no lo ha hecho sino como una buena nueva para vosotros y para que vuestros
corazones se tranquilicen; y la ayuda solo procede de Allah, el Poderoso, el
Sabio.
En Badr, el enemigo no tenía más que 950 hombres, e intervienen en esta
ocasión de tres a cinco mil ángeles. Si un solo ángel basta para aniquilar la
tierra entera, hay que pensar que la presencia de los ángeles concretiza la
santidad de estas guerras desinteresadas por parte del Profeta y sus compañeros.
“Allah no lo ha hecho sino como una buena nueva para vosotros” parece ir en
este sentido.
Conforme a su costumbre, el Profeta consultó a sus compañeros respecto
a los prisioneros de guerra. Algunos notables insistían que todos los
prisioneros fuesen decapitados; y para evitar odios familiares, querían que
cada uno de ellos fuera ejecutado por un musulmán que fuera su pariente más próximo.
Pero el Profeta rechazó esta opinión, y se adhirió a la opinión de Abû Bakr
de liberarlos mediante el pago de un rescate. Los prisioneros que sabían leer,
tuvieron solamente que enseñar cada uno a diez muchachos musulmanes en el arte
de leer y escribir, Hubo también casos de liberación gratuita, cuando el
prisionero no podía pagar el rescate ni con sus recursos ni con la ayuda de sus
amigos. Así el poeta Abû ‘Azzah (que deshonró la palabra dada de no
participar más en actividades antislámicas, cuando fue capturado de nuevo en
la batalla de ‘Uhud, el Profeta lo condenó a la pena capital; (cf. Ibn Hichâm,
p. 471, 556, 591).
El Profeta ordenó que los enemigos muertos no sufriesen ninguna mutilación
corporal. Se procedió a enterrar no solo a los muertos musulmanes, sino también
a los muertos enemigos, aunque se hizo por separado, claro esto. Al dejar el
campo de batalla, repartió los prisioneros de guerra entre los soldados
musulmanes para que cada uno asegurara la custodia de un prisionero; y añadió
que los prisioneros fuesen bien tratados. Se dio vestidos a los que carecían de
ellos. Los prisioneros compartían en régimen de igualdad los alimentos con sus
captores musulmanes; y hubo casos en que los soldados tomaron la recomendación
del Profeta tan al pie de la letra que cedieron su pan a los prisioneros,
contentándose con algunos dátiles. Según un Mandamiento de Corán, los
prisioneros deben ser alimentados y mantenidos gratuitamente por el gobierno
musulmán.
Dos de los prisioneros fueron condenados a muerte más tarde, y esto
parece ser, porque habían matado algunos musulmanes en Meca, cuando la
persecución religiosa.
Abû Yahl fue muerto en el campo de batalla junto con otros jefes mequíes.
Abû Lahab, no se sabe por qué, no participó en la expedición, pero según la
costumbre se hizo representar por un mercenario.
La alegría de los musulmanes fue evidentemente grande en esta resonante
victoria, pero el Corán recordó enseguida que no fueron las capacidades
militares del Profeta ni el valor de los musulmanes, sino únicamente la decisión
de Allah quien inclinó la victoria en favor del Islam: “.... y cuando tu
tirabas”, dice el Corán, “no eras tú quien tiraba; sino que fue Allah
quien tiró”.
Es de remarcar el comportamiento humanitario del Profeta en este primer
encuentro armado, comportamiento que no cambió en lo sucesivo y que llegaría a
convertirse en la ley islámica de la guerra en lo concerniente al trato con el
enemigo en el campo de batalla, el enemigo herido, el enemigo hecho prisionero,
el enemigo muerto, las mujeres, los niños, los ancianos, los enfermos, los
servidores y los demás no combatientes, el botín etc. Sus instrucciones tenían
como objeto reducir al mínimo tanto el sufrimiento como la destrucción de los
bienes. Era patente la solicitud para con los musulmanes: Supo que la mujer de
‘Uthmân estaba gravemente enferma; no sólo autorizó a ‘Uthmân a quedarse
en Medina cerca de ella, sino que le concedió la parte correspondiente del botín
de Badr como si hubiera efectivamente participado (CF: Ibn Kathir, Sirah, II,
545, ed. El Cairo, 1964-6). De la misma forma Abû Umâma había dejado a su
madre gravemente enferma, por no faltar a la campaña del Badr en compañía del
Profeta; cuando éste lo supo, le dio la orden de volver a Medina
inmediatamente; pero fue demasiado tarde (Ibn Hayar, Tahdhib at-tahdhib, Kunä nº
69). Una mujer, Umm Waraqal también quiso participar en la campaña de Badr de
enfermera pensando encontrar martirio en el campo de batalla. El Profeta predijo
que un día tendría el honor de ser mártir, pero no la autorizó a participar
en la expedición de Badr por demasiado arriesgada (Ibn al-Yauzi, Wafa’, p.
317). De igual forma la qudâi Umm Kabcha al-‘Udhriya fue disuadida por el
Profeta de participar en una expedición militar (Ibn Hayar, Isâba, mujer, nº
1463).
Los más eminentes mequíes fueron muertos en Badr, Abû Sufyân, que había
escapado con la gran caravana, se convirtió entonces en el principal jefe de
Meca. Su hijo, su cuñado, así como su suegro cayeron en la batalla de Badr, Abû
Sufyân juró que no se acercaría a su mujer ni se lavaría antes de ser
vengado; su mujer, por su parte, prometió comerse los hígados de los que habían
matado a sus parientes.
Esta victoria colocó a la comunidad político-religiosa del Islam sobre
sólidas bases. Muhammad no había exagerado, cuando se prosternó, al comienzo
de la batalla, para pedir a Allah e invocar su auxilio en estos términos: “Oh
Allah, si este pequeño grupo perece, Tú ya no serás jamás adorado”.
La cólera en Meca fue tan grande contra los musulmanes, que se prohibió
toda lamentación por las personas caídas en la batalla, y se comenzaron
inmediatamente los preparativos para una guerra de revancha. Primeramente los
mequíes no quisieron rescatar los prisioneros, quizás con el fin de no
enriquecer a los musulmanes, pero la oposición clandestina de los ricos que
querían rescatar a sus parientes, llevó pronto a levantar esta prohibición.
Sin duda encontraron en ello un medio de aumentar en número el ejército que
estaba en preparación. Propuesto por Abû Sufyân, los mequíes consintieron en
no tocar el capital de su caravana, salvada por él, y dar la totalidad de los
beneficios para contribuir a la guerra de revancha. De esta forma lograron
reunir 250.000 dirhams, pero aún debieron gastar otro tanto para el rescate de
los prisioneros, fijado por el Profeta a 4.000 dirhams por cabeza; (habían 70).
Los mequíes enviaron delegados ante las diversas tribus para enrolar
mercenarios.
Por aquel tiempo, Abû Sufyan dejó Meca con algunos de sus amigos, en
plena estación de peregrinaje y mes de la tregua religiosa, (durante la que
estaba prohibido todo vertimiento de sangre), para dirigirse clandestinamente a
Medina con objeto de saciar su sed de venganza, dejando a sus hombres a la
distancia de una jornada de Medina, en las gargantas del Monte Nib, se dirigió
solo por la noche a la casa de Sallâm ibn Michkam, gran jefe de los judíos
nadiríes al cual confió su proyecto contra la población musulmana. De vuelta
ante sus hombres, Abû Sufyan los envió a al-‘Uraid, situado al norte de
Medina por las afueras rodeado de barrios judíos y lejos del centro de la
ciudad musulmana. Allí encontraron dos musulmanes en una explotación de dátiles,
los mataron e incendiaron su propiedad antes de marcharse. Fueron inmediatamente
perseguidos y debieron tirar sus provisiones a fin de ir más rápidos. Los mequíes
decidieron luego no tomar más el camino viejo que pasa por la región mediní
para dirigirse a Siria; comenzaron a ir por Nayad, en Iraq, antes que a Siria y
a Egipto.
Algunos meses después de la correría de Abû Sufyan en las afueras de
Medina, el Profeta envió un destacamento conducido por Zaid ibn Haritha a la
fuente al-Qarada, en Nayad, entre Rabadha y al-Ghamra, para interceptar una
caravana. Abû Sufyan, Safwân ibn Umeya, y otros caravaneros se escaparon, pero
los más cayeron en manos de los musulmanes. Se trataba de una caravana que
transportaba plata por valor de unos cien mil dirhams. Esta fue la primera y
casi la última caravana verdaderamente caída en manos musulmanas, y esta
victoria dificultó ciertamente los preparativos de guerra de los mequíes.
Un incidente de otro género: ‘Umar ibn Wahb era “uno de los diablos
coraichíes”, perseguidor del Profeta y de sus fieles de Meca. Después de la
batalla de Badr, pidió un día a Safwan ibn Umeya que le ayudara a pagar sus
deudas, y se ocupara de su familia, a fin que él pudiera ir a Medina para
asesinar al Profeta. Safwân consintió, y ‘Umar se dirigió a Medina, donde
el Profeta le dijo: “El rescate de tu hijo, hecho prisionero en Badr, no es más
que un falso pretexto; yo se lo que hay entre tú y Safwân”. ‘Umar respondió:
“Yo me burlaba siempre de tus pretensiones de tener la inspiración divina;
pero nosotros estábamos solos cuando Safwân y yo hablamos. Por Allah, tú eres
un mensajero auténtico de Allah, y yo abrazo tu religión”. Añadió: He
hecho de todo para impedir la propagación del Islam; ahora haré todo lo que
pueda por extenderla”. Se dirigió en efecto a Meca, para cumplir allí la difícil
tarea de predicar el Islam, justo después de la derrota de Badr. Los cronistas
citan sus “estropicios” entre los potiteistas
de Meca, y precisan que un número muy considerable abrazó el Islam
gracias a sus esfuerzos. En cuanto a Safwân, quedó sin duda muy decepcionado.
Citemos aquí la aventura de Abû Uzaihir. Este yemení de la tribu de
Daus vivía en Meca, donde era cliente de un jefe mequí, que le pidió la mano
de su hija. Entonces por razones que no nos interesan, Abû Uzaihir fue
asesinado por orden de su patrón. Al conocer la noticia, el Profeta pidió a su
poeta habitual, Hassân, que compusiera unos versos contra los mequíes sobre
este escándalo. El asesinado era aliado de Abû Sufyân, y el asesino Walid
pertenecía a la tribu de Majzûm. Los versos de Hassân fueron eficaces, y los
parientes de Abû Sufyân se aprestaron a vengarse de los majzumíes. Fue con
muchas dificultades que Abû Sufyân logró aplacar las pasiones, haciendo
comprender a los mequíes que con luchas internas no harían más que retrasar
la revancha de Badr. Meca se calmó, pero sin pagar caro al extranjero: Uno de
los parientes del asesinado, Saád ibn Sufaih (tío de Abû Huraira), comenzó a
matar a todos los coraichíes que caían en sus manos, tanto en territorio
dausita como entre sus aliados de Yamâma y de Sarat.
Hablemos ahora Abû’l-‘As yerno del Profeta, fue hecho prisionero en la batalla de Badr. Su mujer Zainab envió desde Meca las alhajas de su dote, que el mismo profeta había dado a su hija para su boda, para pagar el rescate de su esposo. Muhammad quedó conmovido y pidió a los musulmanes si ellos consentirían la liberación gratuita de Abû’l-As. Ellos aceptaron; Abû’l-‘As prometió al Profeta dejar a su mujer emigrar a Medina en compañía de los agentes enviados por el Profeta. Algunos jóvenes mequíes siguieron a la pequeña caravana y usaron sus armas para impedirle ir más lejos. Zainab cayó de su montura y abortó. (Aunque vivió todavía muchos años, no pudo jamás curar las secuelas de este parto forzado). La familia de Abû’l-‘As corrió en su auxilio, y Abû Sufyan arregló el asunto haciendo volver a la caravana a Meca, para luego salir clandestinamente durante la noche. A la llegada a Medina de Zainab, el Profeta envió a unos agentes para castigar a Habbar, responsable de la muerte de su nieto. Primeramente dio orden de que lo quemaran vivo, pero luego cambió de idea, y llamó a sus agentes y les dijo Solo el amo del fuego (Allah) es quien puede castigar con el fuego; contentaos simplemente con matarlo”; pero los agentes del Profeta no tuvieron éxito en su misión; más tarde, cuando Habbar abrazó el Islam, el Profeta lo perdonó. Zainab amaba tiernamente a su marido, aunque éste rechazase convertirse; pero la diferencia de religión no le permitía vivir con un marido no musulmán. Poco tiempo antes del fin del año 6 H., Abû’l-‘As atravesaba el territorio islámico con una caravana. Un destacamento de guardias musulmanes le sorprendió. Abandonando las mercancías, se puso a salvo. Aprovechando la noche entró clandestinamente en Medina y se refugió en casa de su mujer, Zainab. A la hora de los primeros oficios (salat), Zainaba proclamó en voz alta, que ella había dado protección a Abû’l-‘As, y el Profeta dijo: “El más humilde entre los musulmanes tiene también derecho a dar protección, lo que debe ser respetado por toda la comunidad”. Luego, se trasladó a la casa de su hija y le dijo: “Debes recibir lo mejor que puedas a tu protegido, pero no te entregues a él, la cohabitación con un pagano está prohibida entre los musulmanes”. Luego dirigió la palabra al destacamento de guardias: “Vosotros conocéis la situación actual; tenéis todo el derecho sobre el botín, pero, si consentís en ello, devolved sus bienes a Abû’l-‘As”. Se le sugirió a éste último que abrazara el Islam, pero él rechazó; no obstante se le restituyó sus bienes, y se dirigió a Meca para arreglar sus cuentas con sus clientes de comercio. Algunos días más tarde volvió a Medina y declaró: “Si hubiera abrazado el Islam en mi estancia aquí, hace unos días, se hubiera creído que era por razones de interés material. Aquí estoy ahora con una conciencia pura, y reconozco que el Islam es la verdadera religión”. Por su parte, el Profeta le restituyó a su mujer, sin renovar el matrimonio.