EL PROFETA DEL ISLAM
SU VIDA Y OBRA
La
batalla del foso (Jandaq)
Las relaciones con los judíos se deterioraron todavía más después de
la batalla de Uhud. Esto acabó con una guerra con los judíos de la tribu Banu’n-Nadîr.
Después de su capitulación, el Profeta consintió, por la intervención de
‘Abdallah ibn Ubaiy, antiguo aliado de estos judíos, a limitarse a expulsar a
los que habían combatido y permitirles vender sus terrenos, recuperar sus
deudas y marcharse con todos sus bienes. Ya volveremos a ver esto. Estos judíos
se instalaron entonces en Jaibar, 200 Km aproximadamente al norte de Medina.
Evidentemente no quedaron contentos: Enviaron inmediatamente varias
delegaciones. Una de ellas se dirigió a Meca para incitar a esta ciudad a
retomar las actividades hostiles contra Medina; y sin duda esta delegación
expuso las grandes líneas de su proyecto de alianza ofensiva contra el Estado
Musulmán. “Después los judíos se dirigieron a los ghatafâníes y les
ofrecieron la totalidad de sus cosechas de dátiles de Jaibar durante un año,
si les ayudaban contra el Profeta. Estos aceptaron gustosos. El jazâri
‘Uyainah ibn Hisn fue el que más rápido consintió. Después se dirigieron a
Banû Sulaim con el mismo objeto; y estos aceptaron también. Después visitaron
con la misma intención a todas las tribus árabes de los alrededores; y todos
participaron con ellos. Y cuando los coraichíes salieron, tenían con ellos a
todos sus aliados y a todos los que se encontraban bajo su influencia entre las
tribus de Kinâna y de Thaqîf y otras; Así quedaron reunidas poderosas tribus
árabes bajo las órdenes de sus jefes y notables. “Un solo vistazo al mapa,
nos pone de manifiesto que las tribus de Ghatafan y de Tazarah habitaban al
norte de Medina; los Banû Sulaim al este; los mequíes, los kinana y los thaqif
al sur. En resumen, medina estaba cercada y amenazada por tres lados. Eso no fue
todo. Las caravanas de género mediní, venían tanto de Siria como de
Mesopotamia pasando por Dûmat al-Yandal (en el extremo norte de Arabia). No fue
un simple azar que en ese momento Ukaidir, jefe de Dumat al-yandal se puso a
dificultar la circulación vital de las caravanas. No vemos en esto más que la
influencia económica de los judíos de Jaibar. El Profeta
Muhammad debió dejar Medina para conducir una expedición contra el
lejano Dumat al-Yandal.
La estrategia judeo-mequí parece resumirse así: alejar al Profeta de
Medina, y en su ausencia, hacer atacar a la ciudad por todos los lados por los
Ghatafan, los Sulaim, los mequíes y otros; y después cercar al Profeta y al
pequeño número de sus compañeros, lejos de su metrópoli, para destruirlos de
una vez por todas. Era un plan perfecto; pero el hombre propone y Allah dispone.
Primer fracaso a este complot: La gran tribu de Juzâ’ah comprendía
muchas ramas, aliados desde hacía siglos a la familia del Profeta Muhammad y de
otros (sobre todo los Banu’l-Mustaliq) formaban parte de los Ahâbîch, que
eran los más fieles aliados de los paganos de Meca. Los mustaliquíes se
pusieron naturalmente del lado mequí, y comenzaron a reunir tropas para atacar
Medina; como vivían entre Meca y Medina, en la fuente de al-Muraisi’ (cerca
de Qudaid, sobre el mar rojo), la noticia de estos preparativos no tardó en
llegar a los oídos del Profeta. Este envió para informarse unos agentes
escogidos entre los aslamíes, primos hermanos de los mustaliquíes, y, sin
conocer todos los detalles del complot, fue bastante para emprender
inmediatamente una expedición preventiva, en el mes de Cha’ban 5 H.,
sorprendiendo con ello a los mustaliquíes. Con una pérdida de un solo musulmán,
cuentan los cronistas, el Profeta Muhammad abatió a estos beduinos; y no solo
sus tropas, sino también sus familias fueron capturadas. Algunas horas más
tarde, veremos al enemigo convertirse en uno de los más entregados partidarios
del Profeta Muhammad. Ahora veremos por qué: El Profeta quería ganar sus
voluntades en este momento difícil sin disgustar a sus compañeros. Después de
la distribución del botín (mujeres, animales, etc.) el Profeta compró a la
hija de un jefe vencido, la libertó y luego la desposó. Dejar a los parientes
del Profeta en la esclavitud, pareció abominable a los musulmanes: nadie dudó
en renunciar a su botín. A causa de esta liberación inesperada de doscientas
familias, los mustaliquíes olvidaron rápido sus diez hombres muertos, y
abrazaron el Islam.
Segundo fracaso: a la vuelta de la expedición mustaliquí, los
musulmanes, que se encontraban a una distancia de ocho jornadas al sur de
Medina, temieron que los fazaríes hubiesen atacado desde el norte la metrópoli
islámica ahora desguarnecida. Pero en vez de guardar el secreto, y de
sincronizar su ataque contra medina con los otros aliados, los fazaríes la
desvelaron con su comportamiento, debilitando así las probabilidades de éxito.
Tercer fracaso: se sabe que el hipócrita ‘Abdallah ibn Ubaiy era un
gran amigo de los judíos nadiríes expulsados de Medina. El proyecto de su
coronación fue abandonado con la islamización de los mediníes. Él mismo no
se declaró musulmán hasta después de la victoria musulmana de Badr. En la
batalla de Uhud, desertó del Profeta con un tercio del ejército musulmán. Fue
él sin duda quien había incitado a los judíos nadiríes a resistirse a las
justas demandas del Profeta. Buscaba siempre, como un hipócrita, crear
discusiones en el seno musulmán. Debió estas asociado a los autores del gran
complot, porque en ese momento sus actividades se volvieron más intensas;
acompañó al Profeta en su expedición mustaliquí y llegó a sembrar
sutilmente un mal entendido entre los Refugiados (mequíes) y los Ansar (mediníes)
que le costó mucho trabajo al Profeta arreglar; desenmascarado su juego, buscó
algo más diabólico: el Profeta iba acompañado en esta expedición por su
mujer ‘A’icha, y las mujeres llevaban ya velo. Un día que se había alejado
del campamento por una necesidad natural, sus servidores que no sospechaban su
ausencia –porque era delgada y ligera- viendo su palaquín sobre su camello,
se pusieron en marcha. Al volver al campamento, ‘A’icha lo encontró vacío,
y no sabiendo qué hacer, se tendió en el suelo y se puso a llorar. Un poco
después, uno de los últimos voluntarios musulmanes pasó por ese lugar, y
viendo a una mujer musulmana “muerta” y abandonada sin enterrar se aproximó.
Al saber la historia, dejó a ‘A’icha montar en su camello, y, él a pie, la
condujo al ejército musulmán, No había nada de extraordinario en ello, pero
‘Abdallah ibn Ubaiy lo aprovechó para vengarse, y propagó toda clase de escándalos
sobre la mujer del Profeta. De regreso a Medina, el Profeta hizo largas
averiguaciones y comprendió la maquinación; y la revelación de ciertos versículos
del Corán zanjó definitivamente este asunto. Las intrigas de este hipócrita
continuaron hasta su muerte en el año 8 H.; en este momento como el Profeta
amaba tiernamente al hijo de éste ‘Abddullah, y como ‘Abdallah, había
cedido su camisa para ‘Abbâs (tío del Profeta, hecho prisionero en Badr, y
que había perdido su camisa durante la batalla), el Profeta cedió su propia
camisa para que se enterrara a ‘Abdallah con todos los honores. Pero el gesto
de gratitud fue algo personal por parte del Profeta, y un nuevo verso del Corán
llevó la prohibición divina de rezar, incluso para el profeta, en los
funerales de hipócritas conocidos.
Cuarto fracaso: como esperaban sus enemigos, el Profeta salía con un
pequeño destacamento para castigar a los habitantes de Dûmat al Yandal, a dos
semanas de viaje al norte de Medina. Ibn Hicham, nos relata que contrariamente a
su costumbre, el Profeta se volvió a medio camino y se apresuró a volver a
Medina. Algunas semanas más tarde, Medina fue asediada por los aliados que
vinieron de Meca, de Jaibar, etc.
El Corán no exagera en absoluto cuando describe el estado de angustia de
los musulmanes diciendo: “cuando vuestros ojos se distrajeron y vuestro
corazones subieron a vuestras gargantas”.
Los aliados del Profeta entre los juza’íes de la región mequí
supieron el proyecto de movimiento militar, y partieron inmediatamente para
advertir al Profeta. Sus dromedarios que recorrían el trayecto hasta Medina
generalmente en diez días, lo hicieron en cuatro noches. No se sabe si estos
mensajeros tomaron luego el camino de Dumat al-Yandal para comunicárselo al
Profeta, o si fue su lugarteniente en Medina quien se encargó de transmitirle
la alarmante noticia. El retorno del Profeta a medio camino pudo también estar
provocado por informes recogidos por él mismo en ruta, como consecuencia de una
indiscreción de los fazaríes cuando el Profeta atravesó el territorio camino
de al-Yandal.
Sea lo que sea, al volver a Medina, el Profeta comenzó los
preparativos para la defensa. Desde el primer momento se pensó en quedarse en
la ciudad y sostener el asedio: nada faltaba en las casas en lo que respecta a
comida o bebida. Los alrededores estaban llenos de jardines y cercados, las
callejuelas eran estrechas y mantenían a salvo de un ataque generalizado
procedente de fuera. Pero poco a poco las noticias del enemigo se volvían más
y más alarmantes, creciendo sin cesar el número de los efectivos combatientes
en número increíble; al menos 12.000 estaban preparándose para saltar sobre
Medina, era necesario hacer algo más que quedarse encerrados en las casas. El
Profeta, acompañado por algunos de sus compañeros hizo un reconocimiento por
la región, montado a caballo. Se dio cuenta que el lado oeste sobre todo estaba
débilmente defendido. En las consultas que siguieron, el ferviente musulmán
persa, Salman al-Farsi habló de los fosos que se hacían en su país de origen
para impedir no sólo los ataques por la noche, sino incluso que la caballería
franqueara las líneas –y no sólo alrededor de las ciudades sino de los
campamentos o expediciones militares- y el Profeta, siempre abierto a las nuevas
ideas, decidió construir un foso –para mejor defender los barrios musulmanes
de la ciudad; y tomó personalmente parte en los trabajos. Apenas terminada la
excavación, el enemigo llegó, en el mes de Chanwal 5 H.. Había entonces tres
mil combatientes entre los musulmanes; los confederados disponían de tropas al
menos cuatro veces más grandes. Los beduinos no esperaban encontrar un foso y
no sabían qué hacer. El foso estaba bien defendido, día y noche, por
destacamentos musulmanes; y era lo bastante ancho como para parar la formidable
caballería enemiga. Pero el adversario no había todavía jugado todas sus
cartas: una delegación de judíos nadaríes se dirigió a los judíos Banû
Quraiza, que vivían aún en la ciudad de Medina y cuyas relaciones con los
musulmanes eran todavía correctas, y consiguen con alguna dificultad que
hicieran deserción y atacasen a los musulmanes desde el interior mismo de la
ciudad. Esto alteró toda la estrategia defensiva entre los musulmanes. Cada
minueto era precioso, y la acción del Profeta Muhammad fue rápida. Por una
parte, se preparó para lo peor, y despachó potentes destacamentos que guardarán
las dos salidas de los barrios judíos. Y durante la noche dieran de vez en
cuando, gritos de ataque, de tal forma que los Banû Quraizah creyeron
preferible quedarse en su casa para defender sus bienes y sus familias contra
toda eventualidad; el día siguiente era sábado, día de gracia de los judíos,
y por lo tanto los musulmanes no tenían nada que temer de ellos. Por otro lado,
el Profeta desencadenó una ofensiva diplomática: Envió una misión para
concluir una paz separada con los mercenarios del norte: Ghatafân y Fazarah;
pero el concejo musulmán rechazó el precio que ellos pusieron. Ellos odiaban
Medina y deseaban saquearla (cf. infra, 854). Otra misión, clandestina esta
vez, apuntaba a otra dirección: en efecto Nu’aim ibn Mas’ûd, un jefe muy
conocido de la tribu de Achya, había abrazado el Islam, pero la noticia no se
había extendido todavía. A la petición del Profeta, se dirigió a los judíos
quraizíes y les dijo: “Soy vuestro amigo desde hace mucho tiempo. Tenéis que
reflexionar antes de actuar. No hay ni que decir que los confederados, que no
son habitantes de Medina, volverán tarde o temprano a su país y os dejarán
aquí completamente solos. No es seguro que consigan matar a Muhammad. En mi
opinión debéis obtener garantías seguras antes de romper la paz con los
musulmanes. Pedid, por ejemplo, rehenes, para obligar a los confederados a
continuar la guerra hasta el final y no os puedan abandonar por una razón o por
otra”. El achyaí se dirigió luego uno a uno a todos los grupos de los
sitiadores y les dijo: “Conocéis bien de mi amistad. Acabo de saber que los
judíos quraizíes son de nuevo aliados de Muhammad, y para testimoniarles su
sinceridad han prometido a Muhammad entregarle cierto número de altos
personajes de entre vosotros que él podría así darles muerte. Estad pues en
guardia. Además, podíais, en mi opinión, pedirle que atacaran el sábado,
para testimoniar no sólo su sinceridad en la lucha contra el Profeta Muhammad,
sino también, porque como los musulmanes no lo esperan, el éxito será seguro
y fácil. “Por fin, extendió el rumor en el campo musulmán que los judíos
iban a entregar algunos mequíes a los musulmanes. Interrogado el Profeta
respondió de forma ambigua: “Quizás le hayamos nosotros ordenado actuar así”,
palabras que fueron repetidas por un espía enemigo, Mas’ud al-Achya’i (¿padre
de nuestro héroe?), en el campo adversario. Nadie estaba evidentemente
dispuesto a entregarse a los judíos quraizíes, cuando su delegación fue ante
los confederados a pedirle rehenes, antes de participar en un ataque contra los
musulmanes. El rechazo a entregar rehenes convenció a los quraizíes que los
confederados iban a abandonarlos y dejarlos solos a merced del Profeta, y la
petición de profanar el sábado no hizo más que agravar su desconfianza y
herir sus sentimientos religiosos. El gran complot quedó así chasqueado.
El enemigo no estaba preparado más que para una guerra de corta duración,
y su prolongación agotó gravemente los recursos en víveres para los hombres y
ganado. Compraron a alto precio, evidentemente, géneros alimenticios, a los judíos
de los Banû Quraizah, pero cuando lo transportaban a su campamento, cayó en
manos de un comando musulmán (cf. Samhûdi, 2ª ed., pág. 304). El tiempo
fresco, y el gran frío de Medina agravó la miseria de los mequíes. Además, y
esto parece haber sido olvidado por nuestros antecesores, el fin del mes de Chawâl
trajo no sólo los meses de la tregua religiosa en la cual los paganos no permitían
la guerra, sino también la estación de peregrinación a Meca. Los mequíes no
podían alejarse de su ciudad en esta época sin renuncias así a importantes
beneficios. Abû Sufyan, jefe mequí, levantó pues el sitio para volver a su
ciudad, y los mercenarios no tuvieron más remedio que irse también.
El Profeta predijo entonces, con razón, que esto sería el fin de toda
agresión mequí, y que a partir de ahora los musulmanes tomarían la iniciativa
contra sus adversarios.