EL PROFETA DEL ISLAM
SU VIDA Y OBRA
Relaciones
con los quraishies de Meca
Aunque expatriado por los
suyos, Muhammad alimentó siempre tiernos sentimientos hacia su ciudad natal y
sus habitantes. Estos últimos no lo dejaron tranquilo incluso después de la
emigración de los musulmanes. He aquí dos importantes documentos a este
respecto:
“Cuando el enviado de Allah se
dirigió a Medina, Abû Sufyân y Ubay ibn Jalaf –dos de los más importantes
jefes de Meca- escribieron a los ausaríes (musulmanes mediníes) en estos términos:
“Pues no hay ninguna tribu, entre todas las tribus árabes, con quien una
quemadura (entendiéndose guerra) no sería más lamentable que con vosotros,
pero vosotros habéis intentado ayudar a uno de nosotros, que era el más noble
y en la posición más elevada, y vosotros le habéis concedido asilo, y lo
defendéis, lo que verdaderamente es una vergüenza y una mancha para vosotros.
No intervengáis entre nosotros y él. Si es hombre de buena conducta, la dicha
debe ser para nosotros; si es un malvado, nosotros tenemos más derecho que
nadie a poseerlo”. Ka’b ibn Malik les respondió más tarde con un poema.
Los términos elogiosos para Muhammad son probablemente adornos posteriores,
pero la carta como tal nos indica que las intrigas mequíes no cesaron con la Hégira.
Sin
desesperar por el rechazo de los ausaríes, los mequíes se dirigieron a los
adversarios de Muhammad en Medina, ‘Abdallah ibn Ubay, y a sus idólatras
camaradas un ultimatun: “Habéis dado asilo a nuestro camarada (en su huida).
Juramos por el Dios que si no lo combatís, o si no lo expulsáis, marcharemos
todos hacia vosotros para matar a vuestros combatientes y violar a vuestras
mujeres”. La fuente precisa que hubo un gran clamor en Medina, pero como la
fidelidad de los ausaríes hubiera causado una guerra fratricida, el Profeta
logró fácilmente persuadirlos de no señalar el ultimatun. Desconfiando de los
Árabes mediníes, Meca comenzó a intrigar con los judíos de la misma región,
lo que los llevó a una guerra con Banû an-Nadir, como veremos más tarde.
Los mequíes parecían haber tomado medidas económicas contra Medina. En efecto, cuando ‘Abu Na’ilah quiso asesinar a Ka’b ibn al-Achraf, su hermano de leche, él le habló así de la situación de los musulmanes (entre líneas se pueden ver algunas verdades): “La llegada de este hombre (Muhammad) a nuestro país ha sido para nosotros una gran desgracia: Arabia se ha vuelto nuestro enemigo y todo el mundo se ha levantado contra nosotros; nuestros caminos están cortados, nuestras familias mueren (de hambre) no tenemos ya que comer y tenemos grandes dificultades para encontrar alimentos”. No hay ninguna duda que Abu Na’ilah exageró entonces deliberadamente, pero en el fondo había algo de verdad. Se sabe que los mequíes dominaban el comercio internacional árabe de esta época; no se puede dudar de la eficacia de esta presión económica.
Después de largos meses de duda, el Profeta decidió defenderse.
Aproximadamente un año después de su llegada a Medina, envió el primer
destacamento musulmán, para decir a los quraichíes que sus caravanas no debían
traspasar tampoco la zona de influencia islámica. Una treintena de voluntarios
musulmanes, todos de origen mequí fueron conducidos por Hamzah, tío del
Profeta, al oeste de Medina, hasta el litoral, y encontraron a Abû Yahal con
trescientos caravaneros sobre camellos, que habían acampado en el territorio de
la tribu Yuhainah. El jefe yuhainí, Madyi ibn ‘Amz era protector muwadi (¿aliado
o neutral?) de las dos partes, y gracias a su intervención no hubo guerra: las
dos partes volvieron pacíficamente a sus ciudades. Es de destacar que en esta
expedición, así como en las que siguieron, los musulmanes atacaron las
caravanas de los mequíes –con los cuales estaban ahora en estado de guerra-
excluyendo de sus ataques a todos los demás pueblos no musulmanes del país. Se
trataba pues del derecho de beligerancia, distinto del simple pillaje de
bandidos.
Algunas semanas más tardes,
otro pariente del Profeta, ‘Ubaidah ibn al-Harith, partió con un destacamento
de sesenta refugiados para detener una gran caravana dirigida por ‘Ikrimah,
hijo de Abû Yahl, y la encontraron en Thaniyat al-Murrah. No se sabe por qué
el empleo de las armas fue evitado también esta vez. Hay que destacar que dos
musulmanes, en el campo enemigo, “escogieron la libertad”, y se sumaron al
ejército musulmán: al-Miqdad ibn ‘Amr, y ‘Utbah ibn Ghzwân, que vivían
en Meca desde bastante tiempo antes. El primero era Bahrâ’ite (del Yemen), y
el otro Mâzini. Aparentemente habían querido aprovechar la protección de una
gran caravana para llegar a Medina con más seguridad. Sa´d ibn Abi Waqqâs
condujo también un destacamento, de ocho refugiados, a Khrrâr, cerca de Râbigh,
probablemente para reconocer la posición del enemigo, o para sondear a tribus
que habitaban en esta región y saber si ellas querrían colaborar con los
musulmanes. Nuestras fuentes mencionan expresamente que, como acabamos de ver
concerniente al yuahiní, sin una colaboración estrecha con los habitantes de
la región, era casi imposible impedir a las caravanas mequíes pasar por estos
lugares. Las caravanas eran una especie de tráfico que representaban una
considerable fuente de ingresos para las regiones por las que pasaban, y sobre
todo para los lugares donde acampaban, por la venta del agua, géneros, forraje
y otros productos del país. Por otra parte, las tribus corrían el riesgo de
represalias, en caso por perjuicios
a la poderosa tribu coraichí de Meca. Hacía falta asegurar la protección de
las tribus de estas regiones contra los quraichíes antes de obtener su
colaboración, y para esto la presencia del Profeta era indispensable.
Por este motivo
Muhammad se dirigió pronto hacia el sur de Medina, a Waddân, territorio de los
Banû Damrah, cerca de Badr. Se ausentó de Medina durante dos semanas, lo que
nos hace pensar que pasó toda una semana para entablar negociaciones, y para
concluir un tratado de ayuda mutua. Poseemos el texto de dos tratados con los
Banû Damrah. El primero no habla más que de neutralidad y de no agresión, y
está fechado por los cronistas en el mes de Safar 2 H.. El Profeta afirma en él:
“No atacará a los Banû Damrah y que él no sea atacado; no se pondrá de
parte de los que le ataquen y que no ayudará a nadie contra él”. El otro
tratado fue firmado algunos meses más tarde, por razones que parecen ser las
siguientes: un mes después de la firma del primer tratado, el Profeta fue todavía
una vez hacia el Noroeste de Medina, a Buwât, cerca del Monte Radwa. Nuestras
fuentes no hablan de ninguna batalla. Una pequeña caravana de coraichíes
atravesaba la región. El Profeta intentaba probablemente concluir un
entendimiento con los habitantes de este país. Algunos días más tarde, un
pequeño grupo de mequíes, conducidos por Fihrite Kurz ibn Yâbir, atacó las
afueras de Medina por el sur, y la saqueó. Les persiguieron durante varios días
pero en vano. Para satisfacer los ánimos excitados de los musulmanes había que
tomar medidas enérgicas. Algunas semanas más tarde, una gran caravana mequí
partió para Siria. Las tribus del norte de Medina no eran aún aliadas;
entonces el Profeta salió hacia el litoral del suroeste, territorio de los Banû
Damrah. Es entonces cuando los cronistas hablan, en términos precisos, de la
persecución de una caravana comercial. Hay que decir que todos los
destacamentos salidos antes, tenían como objeto, impedir la travesía de la
zona mediní por los mequíes; pero esta vez fue la venganza por el pillaje de
Kurz lo que motivó la salida. Nos acordamos del Mudliyi Surâqah, que había
perseguido al Profeta cuando la Hégira, y que debió después solicitar su perdón.
Se sintió conmovido por el rechazo del Profeta de servirse entonces de su
ganado. No nos asombremos pues si el fiel beduino, sobre cuyo territorio se
encontraba entonces el destacamento musulmán, obsequió al Profeta y a sus 150
compañeros, y esto con una generosidad tal que los cronistas no olvidan
mencionar. La caravana escapó esta vez, gracias a la hospitalidad de los
mudluiyíes. La ocasión era favorable a Muhammad para reforzar su amistad con
los Banû Damrah, y en efecto, firmó un acuerdo con ellos según el siguiente
texto:
“
Esto es un escrito de Muhammad, Enviado de Allah, a la atención de los Banû
Damrah; ellos tendrán la seguridad de sus bienes y personas; y les será dado
socorro contra cualquiera que ataque en opresión. Y es por ésto que tendrán
el deber de ayudar al Profeta –que Allah se incline sobre él- esto por tanto
tiempo como el mar sea capaz de mojar un pelo; salvo en el caso en el que ellos
(los musulmanes) combatan por la Religión de Allah. Además, tan pronto como el
Profeta los llamara en su ayuda, deberán responder a su llamada. Y para esto
tendrán la garantía de Allah y la garantía de su enviado. Y a ellos será
dado el socorro en favor de esos que entre ellos hubieran observado su contrato
con escrupulosidad y proceda piadosamente.
Según Ibn Hichan el Profeta realizó al mismo tiempo un tratado de
alianza con los mudliyíes. Sin duda alguna este último se formalizó en términos
parecidos.
El Profeta volvió satisfecho a Medina en Yumada II, el año 2 H., después
envió dos agentes a Palestina, fundamentalmente para mantenerlo informado del
regreso de la caravana. Los musulmanes no se contentaron con esta victoria
diplomática; el Profeta tomó una decisión audaz: Colocó un jefe de su
confianza a la cabeza de ocho osados refugiados; y para evitar cualquier
divulgación de la noticia, les dio
las instrucciones en un sobre sellado. El destacamento debía viajar durante dos
días “en la tierra alta (naydiya), en dirección a los pequeños pozos (rukaiya)
“-expresiones vagas que dejan el destino indeterminado- y no debían abrir la
carta hasta el final del trayecto. ‘Abdallah ibn yahch, jefe del destacamento,
leyó al abrir el documento :”Tan pronto como tengas conocimiento del
contenido de este escrito, te dirigirás hasta Nayala, entre Meca y Ta’if, y
acamparás. Allí vigilarás a los quraichíes y nos tendrás al corriente de lo
que hagan”. Es de destacar que estos exploradores debían ir más allá de
Meca, en territorio enemigo y en una ruta muy frecuentada. El efectivo mínimo
de las tropas, no sugiera otra finalidad más que la de informar, pero la
iniciativa tomada por el destacamento tuvo serias consecuencias. Fue al final
del mes de Rajaba cuando vieron una pequeña caravana mequí, que llevaba,
pasas, pieles, vinos, etc. Después de alguna duda, los musulmanes de decidieron
a atacar: mataron de un flechazo a uno de sus enemigos, hicieron dos prisioneros
y se apoderaron de la mercancía, mientras que los otros caravaneros se pusieron
a salvo. Al volver a Medina con su botín, debieron sufrir las reprimendas del
Profeta, que les reprochó haber desobedecido sus instrucciones. Se podría así
mismo creer que habían profanado la tregua divina; pero esto no se sostiene,
porque después de la puesta de sol del último día de Rayab, el mes había ya
transcurrido cuando la pequeña escaramuza. Poco después una delegación mequí
se dirigió a Medina para rescatar a los dos prisioneros según las reglas, y el
asunto fue liquidado.
Los mequíes tomaron entonces la guerra en serio y varios años, no oiremos hablar más que de represalias y de contrarrepresalias. Hay que admirar el servicio de información del Estado musulmán. Los dos agentes enviados a Palestina, para vigilar los movimientos de la caravana mequí, volvieron apresuradamente a Medina, sólo para saber que el Profeta había ya recibido la información por otras fuentes y que había salido de la ciudad con 312 voluntarios, para enfrentarse al enemigo. La caravana se dio cuenta en Badr de la presencia de los mediníes, es decir de los musulmanes y, cambiando de itinerario, escapó, enviando rápidamente un “S.O.S.” a Meca para advertir de la amenaza. Los mequíes recogieron un millar de voluntarios, que salieron en socorro de su caravana, y continuaron su viaje incluso después de haber sido informado que ésta había podido pasar sin ser atacada. Como podemos observar la caravana mequí salió para Siria en el mes de Rabi al-anwal, y no volvía hasta el mes de Ramadán, lo que demuestra que el viaje de ida y vuelta de una caravana era de 6 a 7 meses.