EL PROFETA DEL ISLAM

SU VIDA Y OBRA

 

Traducción: 'Abdullah Tous y Naÿat Labrador

 

 

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Relaciones con los quraishies de Meca

 

       Aunque expatriado por los suyos, Muhammad alimentó siempre tiernos sentimientos hacia su ciudad natal y sus habitantes. Estos últimos no lo dejaron tranquilo incluso después de la emigración de los musulmanes. He aquí dos importantes documentos a este respecto:

      “Cuando el enviado de Allah se dirigió a Medina, Abû Sufyân y Ubay ibn Jalaf –dos de los más importantes jefes de Meca- escribieron a los ausaríes (musulmanes mediníes) en estos términos: “Pues no hay ninguna tribu, entre todas las tribus árabes, con quien una quemadura (entendiéndose guerra) no sería más lamentable que con vosotros, pero vosotros habéis intentado ayudar a uno de nosotros, que era el más noble y en la posición más elevada, y vosotros le habéis concedido asilo, y lo defendéis, lo que verdaderamente es una vergüenza y una mancha para vosotros. No intervengáis entre nosotros y él. Si es hombre de buena conducta, la dicha debe ser para nosotros; si es un malvado, nosotros tenemos más derecho que nadie a poseerlo”. Ka’b ibn Malik les respondió más tarde con un poema. Los términos elogiosos para Muhammad son probablemente adornos posteriores, pero la carta como tal nos indica que las intrigas mequíes no cesaron con la Hégira.

       Sin desesperar por el rechazo de los ausaríes, los mequíes se dirigieron a los adversarios de Muhammad en Medina, ‘Abdallah ibn Ubay, y a sus idólatras camaradas un ultimatun: “Habéis dado asilo a nuestro camarada (en su huida). Juramos por el Dios que si no lo combatís, o si no lo expulsáis, marcharemos todos hacia vosotros para matar a vuestros combatientes y violar a vuestras mujeres”. La fuente precisa que hubo un gran clamor en Medina, pero como la fidelidad de los ausaríes hubiera causado una guerra fratricida, el Profeta logró fácilmente persuadirlos de no señalar el ultimatun. Desconfiando de los Árabes mediníes, Meca comenzó a intrigar con los judíos de la misma región, lo que los llevó a una guerra con Banû an-Nadir, como veremos más tarde.

       Los mequíes parecían haber tomado medidas económicas contra Medina. En efecto, cuando ‘Abu Na’ilah quiso asesinar a Ka’b ibn al-Achraf, su hermano de leche, él le habló así de la situación de los musulmanes (entre líneas se pueden ver algunas verdades): “La llegada de este hombre (Muhammad) a nuestro país ha sido para nosotros una gran desgracia: Arabia se ha vuelto nuestro enemigo y todo el mundo se ha levantado contra nosotros; nuestros caminos están cortados, nuestras familias mueren (de hambre) no tenemos ya que comer y tenemos grandes dificultades para encontrar alimentos”. No hay ninguna duda que Abu Na’ilah exageró entonces deliberadamente, pero en el fondo había algo de verdad. Se sabe que los mequíes dominaban el comercio internacional árabe de esta época; no se puede dudar de la eficacia de esta presión económica. 

        Después de largos meses de duda, el Profeta decidió defenderse. Aproximadamente un año después de su llegada a Medina, envió el primer destacamento musulmán, para decir a los quraichíes que sus caravanas no debían traspasar tampoco la zona de influencia islámica. Una treintena de voluntarios musulmanes, todos de origen mequí fueron conducidos por Hamzah, tío del Profeta, al oeste de Medina, hasta el litoral, y encontraron a Abû Yahal con trescientos caravaneros sobre camellos, que habían acampado en el territorio de la tribu Yuhainah. El jefe yuhainí, Madyi ibn ‘Amz era protector muwadi (¿aliado o neutral?) de las dos partes, y gracias a su intervención no hubo guerra: las dos partes volvieron pacíficamente a sus ciudades. Es de destacar que en esta expedición, así como en las que siguieron, los musulmanes atacaron las caravanas de los mequíes –con los cuales estaban ahora en estado de guerra- excluyendo de sus ataques a todos los demás pueblos no musulmanes del país. Se trataba pues del derecho de beligerancia, distinto del simple pillaje de bandidos.

       Algunas semanas más tardes, otro pariente del Profeta, ‘Ubaidah ibn al-Harith, partió con un destacamento de sesenta refugiados para detener una gran caravana dirigida por ‘Ikrimah, hijo de Abû Yahl, y la encontraron en Thaniyat al-Murrah. No se sabe por qué el empleo de las armas fue evitado también esta vez. Hay que destacar que dos musulmanes, en el campo enemigo, “escogieron la libertad”, y se sumaron al ejército musulmán: al-Miqdad ibn ‘Amr, y ‘Utbah ibn Ghzwân, que vivían en Meca desde bastante tiempo antes. El primero era Bahrâ’ite (del Yemen), y el otro Mâzini. Aparentemente habían querido aprovechar la protección de una gran caravana para llegar a Medina con más seguridad. Sa´d ibn Abi Waqqâs condujo también un destacamento, de ocho refugiados, a Khrrâr, cerca de Râbigh, probablemente para reconocer la posición del enemigo, o para sondear a tribus que habitaban en esta región y saber si ellas querrían colaborar con los musulmanes. Nuestras fuentes mencionan expresamente que, como acabamos de ver concerniente al yuahiní, sin una colaboración estrecha con los habitantes de la región, era casi imposible impedir a las caravanas mequíes pasar por estos lugares. Las caravanas eran una especie de tráfico que representaban una considerable fuente de ingresos para las regiones por las que pasaban, y sobre todo para los lugares donde acampaban, por la venta del agua, géneros, forraje y otros productos del país. Por otra parte, las tribus corrían el riesgo de represalias, en caso  por perjuicios a la poderosa tribu coraichí de Meca. Hacía falta asegurar la protección de las tribus de estas regiones contra los quraichíes antes de obtener su colaboración, y para esto la presencia del Profeta era indispensable.

         Por este motivo Muhammad se dirigió pronto hacia el sur de Medina, a Waddân, territorio de los Banû Damrah, cerca de Badr. Se ausentó de Medina durante dos semanas, lo que nos hace pensar que pasó toda una semana para entablar negociaciones, y para concluir un tratado de ayuda mutua. Poseemos el texto de dos tratados con los Banû Damrah. El primero no habla más que de neutralidad y de no agresión, y está fechado por los cronistas en el mes de Safar 2 H.. El Profeta afirma en él: “No atacará a los Banû Damrah y que él no sea atacado; no se pondrá de parte de los que le ataquen y que no ayudará a nadie contra él”. El otro tratado fue firmado algunos meses más tarde, por razones que parecen ser las siguientes: un mes después de la firma del primer tratado, el Profeta fue todavía una vez hacia el Noroeste de Medina, a Buwât, cerca del Monte Radwa. Nuestras fuentes no hablan de ninguna batalla. Una pequeña caravana de coraichíes atravesaba la región. El Profeta intentaba probablemente concluir un entendimiento con los habitantes de este país. Algunos días más tarde, un pequeño grupo de mequíes, conducidos por Fihrite Kurz ibn Yâbir, atacó las afueras de Medina por el sur, y la saqueó. Les persiguieron durante varios días pero en vano. Para satisfacer los ánimos excitados de los musulmanes había que tomar medidas enérgicas. Algunas semanas más tarde, una gran caravana mequí partió para Siria. Las tribus del norte de Medina no eran aún aliadas; entonces el Profeta salió hacia el litoral del suroeste, territorio de los Banû Damrah. Es entonces cuando los cronistas hablan, en términos precisos, de la persecución de una caravana comercial. Hay que decir que todos los destacamentos salidos antes, tenían como objeto, impedir la travesía de la zona mediní por los mequíes; pero esta vez fue la venganza por el pillaje de Kurz lo que motivó la salida. Nos acordamos del Mudliyi Surâqah, que había perseguido al Profeta cuando la Hégira, y que debió después solicitar su perdón. Se sintió conmovido por el rechazo del Profeta de servirse entonces de su ganado. No nos asombremos pues si el fiel beduino, sobre cuyo territorio se encontraba entonces el destacamento musulmán, obsequió al Profeta y a sus 150 compañeros, y esto con una generosidad tal que los cronistas no olvidan mencionar. La caravana escapó esta vez, gracias a la hospitalidad de los mudluiyíes. La ocasión era favorable a Muhammad para reforzar su amistad con los Banû Damrah, y en efecto, firmó un acuerdo con ellos según el siguiente texto:

“ Esto es un escrito de Muhammad, Enviado de Allah, a la atención de los Banû Damrah; ellos tendrán la seguridad de sus bienes y personas; y les será dado socorro contra cualquiera que ataque en opresión. Y es por ésto que tendrán el deber de ayudar al Profeta –que Allah se incline sobre él- esto por tanto tiempo como el mar sea capaz de mojar un pelo; salvo en el caso en el que ellos (los musulmanes) combatan por la Religión de Allah. Además, tan pronto como el Profeta los llamara en su ayuda, deberán responder a su llamada. Y para esto tendrán la garantía de Allah y la garantía de su enviado. Y a ellos será dado el socorro en favor de esos que entre ellos hubieran observado su contrato con escrupulosidad y proceda piadosamente.

        Según Ibn Hichan el Profeta realizó al mismo tiempo un tratado de alianza con los mudliyíes. Sin duda alguna este último se formalizó en términos parecidos.

        El Profeta volvió satisfecho a Medina en Yumada II, el año 2 H., después envió dos agentes a Palestina, fundamentalmente para mantenerlo informado del regreso de la caravana. Los musulmanes no se contentaron con esta victoria diplomática; el Profeta tomó una decisión audaz: Colocó un jefe de su confianza a la cabeza de ocho osados refugiados; y para evitar cualquier divulgación  de la noticia, les dio las instrucciones en un sobre sellado. El destacamento debía viajar durante dos días “en la tierra alta (naydiya), en dirección a los pequeños pozos (rukaiya) “-expresiones vagas que dejan el destino indeterminado- y no debían abrir la carta hasta el final del trayecto. ‘Abdallah ibn yahch, jefe del destacamento, leyó al abrir el documento :”Tan pronto como tengas conocimiento del contenido de este escrito, te dirigirás hasta Nayala, entre Meca y Ta’if, y acamparás. Allí vigilarás a los quraichíes y nos tendrás al corriente de lo que hagan”. Es de destacar que estos exploradores debían ir más allá de Meca, en territorio enemigo y en una ruta muy frecuentada. El efectivo mínimo de las tropas, no sugiera otra finalidad más que la de informar, pero la iniciativa tomada por el destacamento tuvo serias consecuencias. Fue al final del mes de Rajaba cuando vieron una pequeña caravana mequí, que llevaba, pasas, pieles, vinos, etc. Después de alguna duda, los musulmanes de decidieron a atacar: mataron de un flechazo a uno de sus enemigos, hicieron dos prisioneros y se apoderaron de la mercancía, mientras que los otros caravaneros se pusieron a salvo. Al volver a Medina con su botín, debieron sufrir las reprimendas del Profeta, que les reprochó haber desobedecido sus instrucciones. Se podría así mismo creer que habían profanado la tregua divina; pero esto no se sostiene, porque después de la puesta de sol del último día de Rayab, el mes había ya transcurrido cuando la pequeña escaramuza. Poco después una delegación mequí se dirigió a Medina para rescatar a los dos prisioneros según las reglas, y el asunto fue liquidado.

       Los mequíes tomaron entonces la guerra en serio y varios años, no oiremos hablar más que de represalias y de contrarrepresalias. Hay que admirar el servicio de información del Estado musulmán. Los dos agentes enviados a Palestina, para vigilar los movimientos de la caravana mequí, volvieron apresuradamente a Medina, sólo para saber que el Profeta había ya recibido la información por otras fuentes y que había salido de la ciudad con 312 voluntarios, para enfrentarse al enemigo. La caravana se dio cuenta en Badr de la presencia de los mediníes, es decir de los musulmanes y, cambiando de itinerario, escapó, enviando rápidamente un “S.O.S.” a Meca para advertir de la amenaza. Los mequíes recogieron un millar de voluntarios, que salieron en socorro de su caravana, y continuaron su viaje incluso después de haber sido informado que ésta había podido pasar sin ser atacada. Como podemos observar la caravana mequí salió para Siria en el mes de Rabi al-anwal, y no volvía hasta el mes de Ramadán, lo que demuestra que el viaje de ida y vuelta de una caravana era de 6 a 7 meses.

 

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